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Ángel

Ayer se organizaron las jornadas por la Noche de los Lápices para todos los turnos del colegio. Aprovechando la ocasión, quedamos con Ninna para vernos antes del comienzo del horario vespertino. Nos encontramos a las 16:15 en las puerta del edificio. Hacía para mí una eternidad desde que nos habíamos visto; los exámenes nos tenían asfixiados. Extrañarla tanto y al fin verla fue como un alivio indescriptible, casi como revivir nuestra primera cita.

Como aún faltaba bastante para las 19:30, hora exacta en la que Ninna debía entrar, decidimos bajar al subsuelo y matar el tiempo. Nos sentamos en nuestro banco habitual, ese rincón que parece reservado para nosotros en cada encuentro dentro del colegio, y comenzamos a charlar. Me enseñó el I Ching, un libro que, según me contó, funciona como un manual que aconseja a quien lo consulta, brindando orientación. No entendí del todo cómo funciona, pero, aunque no soy de los que creen en ese tipo de cosas, fue entretenido. Después, seguimos charlando, riéndonos y jugando, siempre pegados, como si el tiempo no existiera cuando estamos juntos.

Después de un rato, a Ninna le dio sed, así que la acompañé al kiosco más cercano de la zona. Bueno, en realidad la obligué a dejarme pagarle su bebida. Le compré una Monster de mango loco, (que espero que haya disfrutado). Yo, en cambio, me quedé sin comprar nada porque ya no me quedaba tanta plata.

Regresamos al colegio y nos metimos en mi aula, que estaba vacía. Hablamos de todo un poco, hicimos unos cuantos videos, y, como siempre, una de sus lapiceras terminó rota (no, Ninna, esta vez no fue mi culpa). Decidimos ir a una librería algo lejana, porque la de enfrente del colegio es, y será por la eternidad, carísima. Fue un paseo lindo; caminamos por Plaza de Mayo y bajamos algunas cuantas cuadras por Avenida de Mayo. Lamentablemente, cuando llegamos, ya había cerrado. Y, para rematarla, al volver nuestros pasos al colegio,la librería de precios exorbitantes de enfrente, nuestra última opción para conseguir una lapicera, también estaba cerrada. A pesar de eso, disfruté cada segundo de la caminata.

Para ese momento, ya era la hora de entrada, así que Ninna fue a dar el presente. Caminamos sin rumbo un rato más, hasta que llegamos a un aula vacía de tercer año. Ese momento, sin duda, fue mi favorito de la noche. Es difícil poner en palabras lo que sentí en ese instante, pero tampoco quiero limitarme a describir los hechos en orden cronológico. Ayer bailé para ella. No suelo bailar. Siempre digo que no me gusta, pero lo que en realidad no soporto es hacerlo frente a los demás. Los ojos de la gente me resultan crueles, siempre parece que me juzgan. Y, sin embargo, ayer bailé. No sentí que me juzgara. Al contrario, me siguió el juego. Pusimos música para pasar el rato. Elegí "Un poco de amor francés", de Los Redondos. Su risa y su voz fueron pequeños salvavidas que me mantenían a flote en un océano turbulento. Por primera vez, ser un náufrago no me pareció tan malo. Aunque seguía a la deriva, algo en ella, algo que aún no logro descifrar, me hizo sentir lo contrario: una seguridad que nunca antes había sentido. Siempre quise ser su ángel. Es muy especial para mí cuando me llama así y me deja tenerla entre mis brazos. Bailé para ella mientras sonaba Sui Generis, y creo que nunca había bailado así, al menos no delante de nadie más. Nos sacamos mil fotos, grabamos videos y seguimos jugando por el lugar. Me reí tanto que el tiempo pareció detenerse.

Cuando el colegio cerró, decidimos caminar un poco más por Plaza de Mayo y los alrededores. Fue una caminata llena de conversaciones sobre todo tipo de cosas, y aunque muchas de ellas son privadas, no puedo dejar de mencionar lo surrealista que fue cruzarnos con un transa. No sé si Ninna se dio cuenta, pero a mí me pareció divertido lo fuera de lugar que resultaba en ese momento. A las 22 en punto fuimos hacia el subte. Charlamos un poco más antes de despedirnos y tomar caminos separados.

Sigue siendo un misterio para mí el poder que tiene sobre mí, su capacidad para desarmarme y rearmarme a su antojo, adueñarse de mi cuerpo y alma, o darle vida a mis alas de papel maché. Quizás sea una diosa, no lo descarto.

Fue el día más feliz de mi vida.

Ausencia

Camino bajo el cielo gris, sintiendo un frío que no viene de afuera sino de dentro, de esas manos mías que tiemblan. No sé si es el viento o el tiempo que se encierra entre mis dedos, pero algo en ellas parece siempre querer desmoronarse. Y así, en este andar incierto, soy consciente de que ya no hay pensamiento que logre formarse con claridad. Las semanas han sido un oleaje de voces que no escucho y de palabras que no retengo. Sólo exámenes, evaluaciones, una letanía de horas que se estiran hasta desdibujarme. No queda nada en mí que quiera entender, solo este andar mecánico, automático, sobre un asfalto que bien podría ser una invención de mi cabeza.

Felipe, lo extraño como se extraña una ausencia que duele y no se explica. Un vacío que lleva su nombre. Sé que lo veré mañana, pero mañana es un horizonte que nunca termina de llegar. Me invento su rostro, su mejilla tibia bajo mi mano helada, su sonrisa como una promesa de un futuro brillante que algún día construiremos juntos. En ese gesto imaginado, soy capaz de desearle lo que a mí me falta: la paz de un buen día.

Y entonces sueño despierta, pero no sé qué es lo que sueño. No hay imágenes, no hay deseos, solo mi silencio y el ruido de las personas que pasan a mi alrededor, estoy a la espera de algo que no se nombra, porque no es conciso.

Casa de mariposas

En mi mente florecen pensamientos a medias, como pétalos que nunca llegan a abrirse del todo y conocer la calidez del sol. Son ideas dispersas, que nacen en la bruma y se disuelven antes de tomar forma, nada estalla. Mi imaginación, incansable, es lo que las sostiene, flotando entre lo inconcluso y lo imposible.

En estas semanas, me siento sofocada por un tumulto de obligaciones, exámenes y trabajos, que crecen y se agolpan unas contra otras. Son espinas. Es por ese mismo motivo, su existencia, que decidí robarme un tiempo que podría haber utilizado con distinto motivo. Lo tomé para sembrar sobre la tierra tangible un regalo. Así nació este rincón, un pequeño jardín donde depositar nuestros recuerdos, donde las flores no se marchiten con el paso del tiempo, sino que se arraiguen y crezcan aún más.

Espero que te guste, Felipe. Te amo.